“Escaramuzas en los mares de Levante”
Pues si camaradas, la ingrata vida en la villa y corte, me había vuelto a apresar en menesteres indignos de un navegante.
Tanto es así, que llegué a no poder acudir a la cita con el resto de capitanes pantaneros en el ya registrado en los libros de navegación como Gran Viernes.
Esto me dejó amargo sabor de boca, pues oía comentar en los mentideros habituales, que si vientos enfurecidos, que si aparejos destrozados, que si naufragios, pero que al final se impuso la pericia de los curtidos navegantes y metieron en cintura a la surada, sacando maniobras nunca vistas antes en estas aguas.
Tengo que confesar que la rabia de no estar presente en semejante jornada, me quemaba las entrañas. Por la noche deliraba retorciéndome entre sudores fríos, hasta que por fin amaneció.
Ni corto ni perezoso, dispuse una partida para mares levantinos, a la vista de los buenos presagios que los druidas pronosticaban en los oráculos para las siguientes jornadas.
El objetivo, sin embargo, no era plantar cara abiertamente al ataque del viejo Lebeche que se pronosticaba fuerte, sino el afianzamiento en el gobierno de las nuevas naves, así como el peritaje de las tripulaciones con el nuevo aparejo.
Asi pues partimos raudos, llegando a la famosa bahía de Cavanna, donde se daban cita navegantes y capitanes de varias procedencias, como ya expliqué en anteriores episodios.
Pues bien, una vez establecido el campamento, observamos como los navegantes aguardaban en la orilla con sus armas mas afiladas a la espera de la súbita aparición del ataque del Lebeche, pues aquello que se veía, les parecía una avanzadilla para despistar a navegantes y luego sorprenderlos con velamen inadecuado.
A mi sin embargo me complació lo que veía y opté por largar trapo en abundancia. Craso error. Es norma de marineros indagar entre los marinos del puerto en cuestión sobre las condiciones de la mar y el aparejo, y sobre todo hacerles caso, cosa que no hice y vime saliendo del agua después de una pelea sin cuartel contra el viento, la vela y el mundo entero, para montar aparejo adecuado a semejante locura. Justo en ese momento se echaron a la mar los capitanes del puerto.
Así pues, me disponía a cambiar velamen, cuando apareció de repente el Caballero Secreto, compañero de batallas en tierras del Ebro, lo cual nos produjo gran alegría y alborozo y nos dispusimos a zarpar sin más dilación.
El Caballero secreto nos dio sabios consejos para maniobras nuevas para nosotros y que él dominaba tras largos años de navegación en aguas del norte.
Pero el ambiente en la mar se había vuelto ensordecedor, por todos lados atronaban velas haciendo maniobras, y naves golpeando contra el agua.
En medio de esta locura acerté a ver pasar al capitán Fale, que andaba enzarzado en el intento de alguna extraña maniobra de impronunciable nombre sajón. El muy canalla fue a intentarlo cerca de donde yo luchaba por sobrevivir, ante mis propias barbas. ¡Voto a bríos! Me las pagará en no tardando.
Mientras maniobraba, me dijo que habían venido otros capitanes y caballeros pantaneros para retornar esa misma la noche. Está claro que los caballeros pantaneros son los más esforzados de cuantos navegan.
El tiempo pasaba rápido y las fuerzas empezaban a escasear, así que una vez cumplidos los planes satisfactoriamente, nos dispusimos a arriar velas y regresar a puerto seguro.
Una vez en puerto, dimos buena cuenta de cuantas vituallas asomaron por delante nuestra y después de refrescar el gañote adecuadamente con añejo ron antillano, nos retiramos a nuestros aposentos.
El día siguiente fuimos a parar a Puerto Chavoling, donde con suaves Levantes, gozamos de una jornada de navegación placentera, asimilando las nuevas técnicas de navegación adquiridas.
Al tercer día quedamos emplazados con el Caballero Secreto en un lugar remoto de la costa, donde aseguraba que las aguas permanecían calmas mientras los Levantes azotaban. Y así fue, señores, en este lugar del mar disfrutamos de una magnífica jornada en la que vi recompensados todos mis esfuerzos por perfeccionarme en el arte de la navegación. Por fin y tras arduos trabajos durante meses, pude gozar de enormes bordos haciendo planear mi nave como nunca antes lo había hecho.
Al final de tan grata experiencia, el Caballero Secreto, viendo como el viento me llevaba en volandas a través del mar, mientras yo me encontraba embelesado en mi navegar, me contó una vieja leyenda que dice que una vez un joven se dejó llevar por el viento , impulsado por sus alas de plumas sujetas con cera. Tanto le embriagaba el vuelo que subía y subía cada vez mas, hasta que el sol derritió la cera y cayó. Icaro se llamaba.
Los navegantes somos hijos de Icaro. Enamorados de volar impulsados por el viento.
Tras esta gran jornada, volvimos a recalar en las posadas y tugurios a reponer fuerzas.
Alli tuve otra agradable sorpresa, al encontrar al Capitán Camarón, con toda su tripulación que daban buena cuenta de manjares bien merecidos, pues es de recordar que estuvo navegando también en el Gran Viernes.
Bueno camaradas, me despido temporalmente de tan ilustre compañía, pues nuevos proyectos me ocupan.
Hace tiempo que llegó a mis oídos que un mercader veneciano llamado Marco Polo había vuelto de un viaje fantástico a tierras donde nace el sol.
Allí encontró reinos increíbles con extrañas gentes que los habitan y montañas que tocan el cielo.
Parto pronto hacía allí. Pero eso será otra historia.
Vuelvo a levantar mi copa a la salud de los hijos de Icaro.
Salud.