Cuatrocientas visitas. No está mal. Parece que a los windsurfistas no les desagradan las historias de montaña.
Son mundos muy distintos pero que tienen más cosas en común de lo que pudiera parecer al principio.
¿Por donde iba? Ah, si.
La historia sigue y de repente aparecen …..Elvis Presley y el surf.
¿Cómoooo? Pues si.
A finales de los años cincuenta o primeros sesenta un oso intenta abrir una de las cajas metálicas donde los campistas del Campo 4 en el valle de Yosemite en California guardan la comida. Está acostumbrado a robar las provisiones en cualquier descuido de sus dueños. Los usuarios que le gritan y tiran piedras desde lo alto de una roca también están acostumbrados a los osos porque se pasan acampados muchos meses al año y ya forman parte del hábitat del valle.

Son un grupo de jovenzuelos que en invierno trabajan en las estaciones de esquí próximas o en trabajos temporales, algunos estudian pero lo dejan aparcado por temporadas, el verano lo reparten entre el surf en las playas de California y la escalada en las paredes del valle. Allí se encuentran algunas de las paredes graníticas más altas y verticales de América. El Half Dome, Middle Cathedral , Sentinel Rock y sobre todo El Capitán son un terreno de juego idóneo para la escalada de altísima dificultad en roca y todavía están vírgenes, son demasiado grandes, demasiado verticales y demasiado difíciles.
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Estos chavalotes desprovistos de la carga emotiva de la tradición europea con sus tragedias y sus episodios épicos miran esas paredes con descaro y sin complejos pero son conscientes de que el nivel de la escalada no llega para plantearse una de esas gigantescas paredes de granito liso. Se conforman con las paredes menores pero en su cabeza fantasean con las grandes.
Anteriormente, en los años treinta y cuarenta, John Salathé, un escalador y herrero suizo emigrado a California es el primero en explorar las paredes menos inaccesibles de Yosemite. Para una de sus arriesgadas aperturas necesita unas clavijas extremadamente duras para poder empotrarlas en las fisuras y luego recuperarlas sin que se deformen. Hasta ahora las clavijas eran de hierro dulce muy blando y al entrar a martillazos en las grietas se iban amoldando a la roca haciendo muy difícil luego extraerlas. Con el hierro forjado la clavija no se dobla y se puede recuperar fácilmente con lo que no es necesario acopiar una cantidad enorme para acometer una escalada larga donde se necesite mucho material. El ahorro de peso y de trastos permite ir más ligeros y más rápidos. Como es herrero empieza a fabricar unos pitones con alto contenido en acero al cromo molibdeno lo que los hace ideales para las estrechas y larguísimas fisuras de la roca de Yosemite. Estos pitones se fabrican aún hoy en día conocidos como Lost Arrows. Gracias a ellos Salathé junto a Allen Steck abren las primera rutas con necesidad de vivac en pared de Yosemite.
Pero las grandes tapias ni siquiera entraban todavía en sus cálculos.
Yosemite no tiene exactamente grandes montañas sino que es un gigantesco cañón granítico excavado por el rio Merced. Las paredes de este cañón, de hasta mil doscientos metros de alto, guardaban retos incomparables; es fácil comprender por qué sus paredes más grandes permanecían vírgenes. El granito no sólo era extraordinariamente monolítico, los relativamente escasos sistemas de fisuras salían disparados hacia arriba y a menudo terminaban en placas lisas sin salida. Yosemite también disponía de pocos agarres, las fisuras se llenaban de hierbas, de tierra y de hormigas mordedoras; la técnica de empotramiento necesaria para escalar este tipo de formación rocosa es muy difícil para ir de primero de cuerda. El lugar también era conocido por su cálida climatología incluso en primavera, eso implica que para una ruta de varios días había que transportar mucha agua y el agua pesa mucho.
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Semejantes obstáculos presentaban un conjunto de problemas diferentes a los encontrados hasta ahora; obviamente Yosemite necesitaba de un estilo nuevo de escalada. Para subir alguna pared grande del valle habría que escalar de primero empotrando en fisuras, inventar material especial para asegurar las posibles caídas en ese tipo de grietas e idear un modo de subir grandes cargas por esas paredes calientes y verticales. Empieza la era del Big Wall.
El grupo de jóvenes escaladores de los primeros años sesenta del Campo 4 al principio son media docena pero a finales de la década llegaron a ser casi cien . Los hay muy buenos pero destacan dos figuras antagónicamente opuestas, Warren Harding (el diablo) y Royal Robbins (el dios). Muchos vienen del Sierra Club donde empezaron a escalar de adolescentes.
Con pantalones oscuros Warren Harding
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Royal Robbins
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La mayoría de estos escaladores eran atléticos veinteañeros de estilismo gafapasta, con pinta de universitarios pero en realidad hacían vida de vagabundos. Llegaban a principios de primavera, después de la temporada de nieve, y permanecían en el valle hasta final del otoño salvo esporádicas salidas obligadas por las normas de los guardas del valle que no dejaban permanecer más de dos semanas seguidos acampados aunque se lo montaban para escaquearse y tirarse largas temporadas sin salir. Cuando no había más remedio que salir aprovechaban para bajar a la playa a hacer surf, hacer trabajos eventuales para sacar algo de dinero y volvían al valle. Una vez allí vivían en tiendas de campaña descoloridas, con toldos caseros, todo lleno de sacos de dormir colgados de los árboles aireándose, comiendo cualquier cosa y lavándose menos de lo imprescindible.
La opinión de los guardas y de los turistas era que se trataba de un grupo de vagos que se tiraba todo el día holgazaneando y vacilando a todo el que se les ponía a tiro entre risotadas, eructos y concursos de pedos .
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A unos cientos de metros del Campo 4 había una cafetería con tienda de comestibles y allí es donde los escaladores pasaban los ratos muertos o cuando hacía mal tiempo. Ligaban con las camareras y les sacaban descuentos. En alguna ocasión cuando no tienen dinero para comida la roban del súper. En una de estas cuando debajo de la bolsa de tomates uno de ellos metió unos filetes camuflados y le pillaron, fue expulsado de la cafetería por un año, lo que era un drama. Solución: un buen afeitado, corte de pelo, cambio de los roñosos vaqueros por bermudas domingueras, camisa blanca, unas gafitas que den un aspecto formal y a funcionar.
Una actividad frecuente cuando se andaba mal de pasta, que era casi siempre, era merodear por las mesas donde los turistas se daban suculentos atracones para saltar como hienas sobre los restos de patatas fritas o beacon en cuanto estos se levantaban, y protestando airadamente cuando se habían dejado los platos limpios.
Otra vez, cuando otro de los escaladores salía de la tienda oyó decir al dependiente a una chica: “Ni se te ocurra pasar por allí. Huelen mal, van andrajosos y hasta se mean al lado de las tiendas. Son como una colonia de leprosos”.
Naturalmente al poco rato la chica pululaba por el Campo 4. Nada más excitante que lo prohibido.
Se cachondeaban de los turistas que ponían sus flamantes tiendas, con sus neveras y se dedicaban a quitar las ramitas y piedrecitas de su parcela antes de ponerle una vallita muy mona.
Con estas actitudes querían superar a The Vulgarians, un grupo de escaladores de la costa Este que se dedicaba a hacer gamberradas a los viejos montañeros del Club Appalachians, los Appi como les llamaban. Les meaban los coches desde los tejados, les robaban el material y se ligaban a sus hijas. Modelos de comportamiento poco edificantes pero que a ellos les parecían de lo más “cool”, como se diría ahora. Todo lo que oliera a romper las reglas y transgredir normas les encantaba.
De pronto aparecía Warren Harding en un Jaguar rosa descapotable , con el que corría carreras, agarrado a una rubia se bajaba cargado de cajas de vino y cerveza, dando voces y carcajadas estruendosas, preparado para emprender alguna fiesta de cuatro días o una de sus escalofriantes escaladas, nunca se sabía. El no era del tipo de los demás, bajito y bastante enjuto, era mayor que el resto y el único que trabajaba, era topógrafo. Había empezado a escalar muy tarde, a los veintisiete, pero en pocos años se había convertido en una referencia del valle. Hasta los guardas le respetaban porque les había ayudado a organizar el grupo de rescate. Según él mismo decía no estaba dotado para los deportes de habilidad, a él lo que mejor se le daba era pegar martillazos a lo bestia a un hierro contra la roca. Fue el que empezó a plantearse que se podían acometer las paredes más grandes sin cortarse un pelo. Aunque hubiera que tirarse colgado de la pared un mes, a saco y que salga el sol por Antequera,.
Para ello inventó la hamaca de escalada que luego evolucionó hasta hacer una verdadera cama de pared aislada del agua y lo más importante, colgada de un solo clavo o buril, sin necesidad de más anclajes.
Harding disfrutando de las fisuras de granito.
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Por allí pululaba también Royal Robbins, un tipo alto y fuerte, serio y educado, con pinta de intelectual, bastante al margen de los desvaríos y gamberradas del resto de habitantes del Campo 4 aunque convivía y escalaba con ellos. Era justo lo contrario que Warren Harding hasta en su concepción de la escalada. Era fino y elegante escalando, trepaba como en una danza de movimientos equilibrados y precisos. Y por supuesto prefería la escalada libre a la artificial progresando a base de empotrar clavos en las fisuras y tacos de expasión en las zonas lisas para luego colgar un estribo e ir ascendiendo.. Se dio cuenta que el sistema europeo de graduación de la dificultad en la escalada libre estaba obsoleto e ideo uno nuevo consistente en, a partir del grado 5 muy difícil, empezaba los decimales, 5.1, 5.2 y así hasta 5.9, ampliando así la escala. Es el sistema utilizado actualmente en Estados Unidos. En Europa posteriormente se siguió con la escala numérica añadiendo tres letras y los signos + y -. Es decir 6a, 6a+, 6b-, 6b, 6b+, 6c-,6c, 6c+, 7a-, 7a , 7a +, etc.
Esas dos personalidades tan diferentes, Harding y Robbins, y siendo los dos mejores escaladores del valle acabaron coincidiendo en abrir una nueva vía juntos. El escenario estaba preparado.
Robbins haciendo recuento de clavijas y mosquetones antes de emprender la primera escalada aj Half Dome.
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Se plantaron en la base del tremendo Half Dome , una enorme tapia de setecientos metros y acometieron una escalada que dejó boquiabierta a la comunidad escaladora por su audacia.
El impresionante Half Dome con sus más de setecientos metros de pared vertical reina sobre Yosemite.
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Después de varios días en la pared encontraron un problema irresoluble, una preciosa y delgada fisura ascendía en línea recta hasta más de la mitad de la pared pero al final se cegaba y no ofrecía la posibilidad de hacer una travesía lateral hasta alcanzar las siguientes fisuras para seguir la progresión. Tuvieron que bajarse. Warren se ausentó del valle por trabajo y al tiempo Robbins se buscó otros dos compañeros para intentar una solución al problema. Subieron hasta donde la vez anterior, Robbins empezó a escalar de primero y al llegar al final de la fisura clavó una clavija y dijo a su asegurador que le descolgara unos veinte metros. A partir de ahí empezó a correr por la pared de lado a lado haciendo un péndulo con quinientos metros de un patio horroroso debajo. Cada vez llegaba más lejos hasta que por fin pudo asirse con una mano a un agarre de la siguiente fisura. Había tenido el valor de desafiar un abismo espantoso y había vencido.
Péndulo en el Cap (que algún moderador hacendoso lo ponga bien, please
. Antes me salía esta maniobra de colgar videos)
De allí hasta arriba las dificultades eran grandes pero el subidón que le había producido superar ese problema le dio alas. No sólo había descubierto la forma de atacar las difíciles estructuras del granito de Yosemite, había roto una barrera mental. Ahora se podía afrontar cualquier reto que el valle ofreciera. O eso creía.
Cuando llegaron a la cima después de tres días , toda la comunidad de escaladores que habían subido por la otra vertiente andando les estaba esperando . Harding también estaba allí. Les felicitó y se marchó sólo, cabizbajo, mientras los demás abrían botellas de champán californiano.
Llegó andando hasta estar justo en frente del Capitan, la tapia más enorme del valle. Allí se tumbó en la hierba a la orilla del río e imaginó la escalada más bestia que se podía llegar a pensar, la más larga, la más difícil, la más expuesta. El espolón que separa las caras S y SW del Capitán, como la proa de un gigantesco barco. Novecientos metros de pared de granito vertical. En esta línea imaginaria el buscó repisas, sistemas de fisuras y zonas de enlace. Era la visión de lo que más tarde se convirtió en The Nose, la vía de escalada en roca más larga y difícil del mundo.
El Capitán con The Nose, novecientos metros de tapia.
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Harding y los amigos que eligió para su aventura hicieron una buen trabajo esos días. Visualizaron los grandes péndulos que tendrían que realizar para conectar el sistema de fisuras de la mitad inferior. Localizaron las seis repisas que se convertirían en las seis respectivos campamentos. Imaginaron la cantidad de equipo, agua y comida necesarios para un asedio de tipo himaláyico a una pared de roca. El trío comenzó la escalada. Su primera meta fue Sickle Ledge (repisa de la hoz), una plataforma de apariencia cómoda, a unos ciento setenta metros del suelo.
La repisa Sickle Ledge, un "espacioso" lugar donde hacer un buen campamento.
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Tardaron tres días en estos primeros largos, turnándose para escalar en cabeza y rapelando por sus cuerdas fijas cada noche hasta la comodidad del suelo del Valle. La repisa Sickle, repleta enseguida de cuerdas, botellas de agua, ropa y comida se convirtió en su hogar.
Durante las tres semanas siguientes subieron y bajaron de la pared equipándola. Por las noches bajaban al suelo pero cómo cada vez el punto de escalada estaba más alto, cada día les costaba más trabajo volver al punto del día anterior, puesto que tenían que subir por las cuerdas a base de la técnica de nudos autobloqueantes, te cuelgas de un estribo que tiene un nudo que desliza para subir por la cuerda fijada arriba pero se bloquea cuando cargas peso en él, pero es un trabajo agotador; hasta que al final ya no compensaba bajar y permanecieron en la pared hasta agotar la comida, el agua y el material.
En esto, las autoridades del parque les dieron un toque porque la gente se agolpaba con los coches en un punto de la carretera para observarlos con los prismáticos y eso generaba un caos. Les prohibieron seguir hasta pasado el verano.
Al llegar el otoño dos de los compañeros de cordada no podían volver al valle, uno por lesión y otro por estudios. Harding le ofreció a Robbins que se uniera a ellos para continuar. Robbins declinó la oferta, era un proyecto que no era suyo y además no le gustaba el estilo de asedio prolongado con el que se estaba ejecutando la apertura y el uso de tantos buriles fijos. Su estilo era el de dejar la pared lo más limpia posible y una vez que estuvieras escalando, acabarla del tirón o retirarse, nada de subibajas.
Harding convenció a otros y volvieron a la pared. Allí se configuró la escalada artificial moderna, inventaron megaclavijas con patas de estufa para empotrar en las anchas fisuras, miniganchos para colgar un estribo de una lasca de roca del tamaño del canto de una moneda, microclavos delgados como un papel, bolas de plomo con un cable de acero para embutir a martillazos en una fisurita, se perfeccionó la hamaca de pared, se inventó un carro con ruedas de bici para ir subiendo las cargas que luego se desestimó porque se atascaba en los salientes. Cada problema requería de esfuerzo e imaginación para superarlo.
La mayoría de estos anclajes sólo servían para colgar el estribo y progresar al siguiente anclaje, en ningún caso podían detener una caída. Por eso cada cierto tiempo instalaban un buril de expansión fijo que si daba garantías. Pero como la altura era impresionante el miedo les hacía meter más buriles de la cuenta lo que ralentizaba el avance. Cuando se podía escalar algo en libre se escalaba pero la dificultad era tanta y el abismo cada vez más sobrecogedor que metían buriles a cascoporro. Meter un buril consiste en ponerse de pie en el escalón más alto del estribo, en una mano un ramplús y en la otra la maza, estirarse lo más alto posible y ahí, en equilibrio, con cientos de metros de vacío debajo de los pies empezar a martillear el granito hasta hacer un pequeño agujero donde meter el buril. Subir otro estribo al nuevo buril y vuelta a empezar. Es una labor tediosa y agotadora.
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En el último tramo ya llevaban tres semanas en la pared, eso sí, no les faltaba de nada, cervezas, vino, pavo de acción de gracias y revistas de Play Boy. Tres semanas trabajando a pleno sol con el agua justa para beber y sin lavarse por lo menos merecían algunos lujos. Y así pasaba, que arrastraban mas mierda que el cerrojo de una vaquería, tenían la ropa y los sacos de dormir llenos de manchurrones de sudor, vinacho, grasurcia….. y semen.
Los últimos días los dos que iban delante no se vieron con los dos que subían las cargas por debajo. Les pilló una tormenta y tuvieron que pasar la noche de pie en los estribos esperando que escampara, el frio se les metió en los huesos y al día siguiente tuvieron que reunirse todos en el último campo para recuperarse después de treinta horas colgados de los estribos. Harding años después dijo que cómo no se había inventado la hipotermia, no sabían que la tenían.
Sabían que se encontraban muy cerca de la salida pero lo que se presentaba delante era desalentador. Un muro extraplomado completamente liso de noventa metros. Harding se puso manos a la obra, se subió a los estribos y empezó el trabajo. Las horas pasaban y Harding seguía su lento avance sin parecer cansarse, buril a buril. Pasó el día con el tedioso martilleo. Llegó la noche, lo mismo, Harding arriba, pam, pam, pam, continuaba con su implacable soniquete. Todos estaban helados, muertos de cansancio, de sueño y de hambre pero Harding, seguía arriba pam, pam, pam metiendo buriles y avanzando lentamente. Solo se veía la luz de su frontal, colgando de los estribos y se oían los golpes. La noche fue larga, no se veían entre ellos, Harding arriba clavando, los demás turnándose en el aseguramiento.
Por fin amaneció y Harding, exhausto, llegó a unas llambrias que pudo subir trepando a cuatro patas.
Harding estrozao avanza los últimos metros por The Nose.
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The Nose estaba abierta. El Cap había caído. La vía de artificial en roca más difícil y alta del mundo se había realizado.
La sorpresa fue que cuando llegaron arriba estaba toda la prensa, multitud de gente esperando ya que se puede subir andando por detrás. Se hicieron famosos, salieron en los periódicos y en la tele. La gente se empezó a interesar por ese grupo de zumbaos de Yosemite. A Harding eso le molaba y se dejó querer.
Cima del Capitan.
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Después de esto las barreras cayeron. Las físicas y las mentales. The Nose se ascendió poco después en cuatro días por Royal Robbins . La ruta ya estaba abierta y era conocida cada una de las maniobras de cuerda necesarias para su escalada.
Posteriormente en los primeros años setenta unos hippies que se habían criado viendo a estos cracks escalar llegaron a subir en el día. Increible. Uno de estos hippies era Jim Bridwell “the bird” el cual recogió el relevo generacional y llevó el artificial extremo a las tremendas paredes de Patagonia o la isla de Baffin.
En cualquier caso siempre los escaladores del Campo 4 lo habían sido de fin de semana y de vacaciones. Era la primera vez que un grupo se dedicaba solamente a escalar todos los días. Eso hacía que físicamente estuvieran en una forma magnífica y técnicamente progresaran más que nadie.
Con la afluencia de escaladores y el continuo meter y sacar clavos por las fisuras estas se deterioraban y vieron como en poco tiempo las perfectas fisuras de Yosemite se podrían destrozar; así que aprovechando los “bocados” que los pitones dejaban en la roca empezaron a usar unos inventos ingleses, empotradores de quita y pon que no alteraban la roca y además hacían la escalada más rápida y sobre todo más limpia.
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Pero la siguiente pregunta era ¿se podría algún día escalar The Nose en libre? Esa vía descomunal, sin estribos, sin martillo, sólo con las manos y los pies. Impensable para un humano por muy mazado e hiperentrenado que estuviera. Si acaso, tendría que ser un supermán dentro de varias generaciones.
The Nose tenía varios problemas irresolubles para su escalada en libre. Uno era un paso para entrar en un diedro completamente liso sin agarres y el otro era el “Big Roof”, un impresionante techo que se veía desde abajo y que sólo disponía de una microfisura entre el plano vertical y el horizontal, lo suficiente para meter una clavija pequeña y colgar los estribos pero nada más.
El "Big Roof" desde abajo.
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No fue un supermán, tuvo que ser un ser mágico quien bastantes años después lograra hacer The Nose en libre y además, en el dia. Tuvo que ser un hada grácil, pequeña y delicada. Se llamaba Lynn Hill.
Lynn Hill era la hermana pequeña de uno de los potentes escaladores de la siguiente hornada de Yosemite. Era pequeñita y delgada, rubia con ojos azules, una muñeca. De niña había hecho gimnasia deportiva pero un día su hermano le ató una cuerda y dejó con la boca abierta a los presentes viendo su ballet en la roca.
La punta de los pequeños dedos de Lynn Hill si entraban en la fisura del Big Roof y gracias a su flexibilidad y destreza logró sobrepasar ese delicado tramo. La mejor y más limpia escalada de The Nose no la había hecho un Conan, la había hecho una chica bajita. Lynn Hill a día de hoy sigue siendo respetadísima entre la élite del alpinismo. Yo creo que ha sido la mejor escaladora que ha habido jamás, en dura pugna con la francesa Caterine Destivel que murió en los Alpes, y también creo que la única que ha llegado a su nivel, con la distancia del tiempo, es la vasca Josune Bereciartu que ha hecho las vías en libre más duras del mundo y está al nivel de los cinco o seis mejores hombres, la liga de las mujeres se le quedó pequeña hace mucho.
Linn Hill bailando con la roca en los ensayos de la apertura en libre o liberación de The Nose.
A partir del minuto cinco se ve como supera el Big Roof y el diedro sin agarres haciendo un empotramiento de codos nunca antes visto. Moderadoooorrrr.......
!
Me quedan dos personajes por describir de la selección de los mejores “Californians”, como les llamaban. Uno es Chuck Pratt, pequeño pero fuerte, tímido y discreto se convertía en un gigante cuando se encontraba ante una fisura. Desarrolló la técnica de empotramiento de manos y pies en fisura hasta límites insospechados y permitió así pasar en libre por sitios donde antes sólo se pasaba clavando. Desarrolló la técnica de escalada libre hasta dejar obsoleto el 5.9. Había que seguir subiendo el listón numérico. Siempre huyendo de la fama, los inviernos los pasaba buceando en Tahití hasta que murió plácidamente en la playa hace pocos años.
Chuck Pratt con mochila y Yvon Chouinard.
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Finalmente tengo que citar a uno de mis escaladores favoritos, Yvon Chouinard. Le tengo especial afecto a este personaje no sólo por ser uno de los pioneros de Yosemite compañero de Royal Robbins en algunas de las mejores aperturas, si no por su polifacética actividad.
Chouinard era de origen franco canadiense llegó emigrado de niño a California. Le encantaban las aves y pertenecía a un club de ornitología, más tarde fundaría una asociación para la defensa de las rapaces. Para llegar a los nidos debía trepar y eso le inició en la escalada. Llegó al valle, colaboró con los mejores en las grandes aperturas de vías y cómo era herrero se compró una forja portátil que llevaba en la furgoneta y allí fabricaba clavijas especiales para luego vendérselas a los escaladores.
Choinard poniendo el tenderete de clavijas para sacarse unas perras y a la derecha veinte años después con varios de sus inventos para empotrar en fisuras.
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Era un gran surfista y se recorrió spot por spot toda la costa desde California hasta Chile buscando olas y siendo el descubridor de los mejores picos de Sudamérica. Vivía en la furgo, comía lo que pescaba, hacía surf y fabricaba clavos para luego venderlos. En sudamérica descubrió la Patagonia y tiempo después trasladó el espíritu de la escalada de Yosemite a las paredes patagónicas.
Cuando, años después Royal Robbins tuvo una lesión lumbar que le impedía escalar empezaron juntos a hacer kayak de aguas bravas y así hicieron todos los primeros descensos de los ríos de aguas bravas californianos. De ahí pasaron a Chile donde siguieron su actividad de “primeras” en ríos temibles como el Bio Bio. Su nivel, compromiso con el riesgo y audacia en aguas bravas no se quedó pequeño comparado con las proezas escaladoras que hicieron los años anteriores. Inventó ropa adecuada a las actividades al aire libre, fue por tanto el primer fabricante de ropa out door y finalmente fundó una empresa, Patagonia, de gran éxito. Gran conservacionista dedica parte de sus beneficios a proyectos locales de conservación ambiental.
Se le ocurrió usar el polipropileno para hacer chaquetas y así inventó el forro polar que hoy todos tenemos. Como la producción contaminaba mucho decidió reciclar las botellas de plástico y hoy sus forros están fabricados de botellas recicladas.
Su empresa tiene la sede a pie de playa en Modesto y en la puerta pone un cartel que dice “En temporada de olas sentimos los retrasos en la entrega de pedidos pero nos vamos a hacer surf”. Su despacho es un cobertizo de chapa con un sofá viejo que se le salen los muelles y los empleados van “obligatoriamente” en chanclas y bañador .
También fue el primero en hacer guardería dentro de una empresa, horario flexible y otras muchas novedades empresariales. Otra parte de sus beneficios la ha dedicado a comprar enormes extensiones de terreno en el sur de Chile y Argentina con el poco comercial objetivo de no hacer nada, es decir de conservarlos vírgenes y donarlos a los parques nacionales. Organiza trekings con sus empleados por Patagonia para que se involucren en sus proyectos conservacionistas.
Hoy en día es un famoso empresario que da conferencias en las universidades explicando su filosofía empresarial. Tiene un libro muy motivador que se titula: “Que mi gente vaya a hacer surf” donde explica su filosofía de empresa y de vida.
Nunca quiso vender acciones de su compañía para no perder el control y el espíritu de esta.
De las filas de sus ex empleados han salido empresas tan punteras en material de montaña como North Face y Black Diamond, a las que él inspiró.
Cuando en ocasiones le han preguntado que le hubiera gustado ser, siempre responde lo mismo: un buen pescador de mosca. Otra de sus pasiones para la que también fabrica material.
O sea después de haber sido uno de los precursores de la escalada moderna, haber abierto algunas de las rutas más duras del mundo, haber desarrollado cantidad de material para ello, después de hacer los descensos de los ríos más turbulentos de América y de crear una empresa que es referencia de desarrollo, sostenibilidad e implicación de los empleados en un proyecto; después de todo eso, lo que le hubiese gustado ser es un buen pescador de truchas. Todo un personaje.
Volviendo al Yosemite de los sesenta. En ese momento se produce una clara fractura entre los que quieren seguir abriendo grandes vías clavando expansivos y los que prefieren una escalada usando empotradores, sin burilar la pared.
Harding odiaba todo tipo de normas y , en la práctica, evitaba cualquier cosa que pudiera limitar su libertad. Mientras los otros se sumergían en grandes debates sobre éticas, Harding prefería sumergirse en una buena juerga. Sus métodos de escalada también eran considerados ofensivos por algunos “Cristianos del Valle”, cómo él los llamaba. No podía importarle menos lo que otros escaladores pensaran sobre sus tácticas de asedio.
Después de hacer la segunda ascensión a The Nose, Royal Robbins se dio cuenta de que el sistema de asedio a las paredes con cuerdas fijas y muchos buriles de expansión estaba obsoleto. Había que escalar limpiamente, de una sóla vez y con los mínimos seguros fijos porque si no la escalada perdería su sentido de aventura.
Sin embargo, siendo completamente contrario a su estilo respetaba el espíritu indómito de Harding, solía decir que cuando todo estuviera regulado, legislado y domesticado todavía quedaría un alma rebelde que no aceptaría las reglas que otros le impusieran y ese sería Warren Harding.
Así Robbins se dirigió al tremendo Half Dome casi tan grande como el Capitán y trazó uno de los recorridos en roca de más belleza y compromiso jamás hecho. Usando sólo material recuperable, sin perforar la pared realizó una via que ha sido referencia de estilo y ha marcado la forma de escalar “big wall” desde entonces.
Robbins pasando una confortable noche con el vacío como colchón.
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Durante la década de los sesenta esa generación de inadaptados desvirgaron todas y cada una de las grandes paredes del Valle cada vez por vías más lógicas, más bellas y más difíciles. Habían subido el nivel de dificultad de la escalada a marchas forzadas.
Chouinard llegó a afirmar que la escalada en el Valle era un “modo de vida” y eso fue ratificado por todos como una verdad absoluta. A finales de la década muchos habían pasado casi la mitad de su tiempo dentro del Valle, sentían que pertenecían al ese sitio, era su hogar espiritual. Lejos de las ciudades y la responsabilidad vivían una vida sencilla, sintiéndose en paz con ellos mismos y con el mundo. Pensaban que la escalada les hacía mejores personas y quizás fuese cierto. Humillados con frecuencia por las paredes, tenían que mirarse muy dentro y descubrir donde habían fallado. Aprendieron a afrontar el miedo y coincidieron en que encarar el peligro en las paredes y luchar por mantener la calma, les ayudó a salir de situaciones difíciles en la vida. Adquirieron confianza, se sentían bien con ellos mismos. En resumen, la escalada era buena para el alma, una influencia tranquilizadora para su naturaleza imprudente. Es cierto, era un modo de vida.
Los desarrapados del Campo 4 se habían convertido en los mejores escaladores del mundo.
El grupo de forajidos del Campo 4 cuarenta años después.
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